sábado, noviembre 27, 2004

A un gran escritor

Acabo de encontrar un texto por internet. No esta escrito por mi, pero quiero que aparezca en mi blog porque no tiene perdida. Y es que me siento tan identificado por el, que parece escrito por mi mismo. Este es el texto:

No se lo digáis a nadie pero creo que me van a acabar mandando a tomar por culo de este Florero. Y es que otra vez me he quedado el último y es que sigo sin saber por dónde empezar cuando me siento delante de un folio y, como siempre a mano, trato de escribir algo para que el Navas y el Abel estén contentos conmigo. En fin...
El otro día me acordé del amor. Hace años que decidí desterrarlo de mi vida pero, no sé cómo, el otro día volvió a molestarme. Después de pensarlo, creo que la culpa la tuvo un pequeño relato que me pasó hace poco un colega. Un relato en el que servidor aparecía como personaje, Orlando me llamaba, y en una noche de gloria se lo hacía con una rubiaza impresionante (qué obsesión por las rubias, jesús) a base de cocaína, alcohol, mucho sexo y mucha guarrería. Bueno, me gustó, que queréis que os diga, pero no me sentí cómodo en el papel. ¿Soy yo así en realidad? Tal vez sea una imagen que llevo transmitiendo demasiado tiempo y que ya no puedo quitarme de encima pero creedme; pasar tanto tiempo solo termina por cansar. Así que el sábado pasado, entre cerveza y cerveza, dándole vueltas al asunto, el amor apareció por mi alma, negra y solitaria, y trató de volver a instalarse, como sí nunca hubiese pasado nada, como si siempre hubiese estado ahí. Y claro, me sentí raro toda la noche. Dejé de beber, de hacer el gilipollas con las nenas, de soltar frases inconexas a los camareros para sacarles algo gratis y de mirar desafiante a los niñatos guapos que bailaban al son de estopa y ricky martin. El amor había vuelto a mi memoria. Una vez supe lo que era estar enamorado.
Tenía una chica maravillosa que me quería, que sabía hacerme feliz, que disfrutaba con mi presencia y que me acariciaba la piel como nadie lo ha hecho jamás. Pero como el amor es un hijoputa, un puto perro del infierno, que diría el viejo Hank, un día se fue de ella y me dejó a mí con el muerto. La impresión fue tan fuerte, tan decepcionante, tan inútil y tan gilipollas que me cambió por completo, todavía no sé si a peor o a mejor. Fue entonces cuando empecé a escribir de verdad, a sentir de verdad, a entender... pero también a beber por castigo, a ponerme de todo hasta arriba y a pasar por completo de lo que pudiese significar mi vida. Y todo eso lo hice sin amor, al que cogí de una oreja, metí un dedo por el culo y mandé de una patada a que os jodiese a los demás. Y ahora dice que ha vuelto. Que ya no soy el de antes y que puede que esté preparado para volver aceptarle. Y yo le digo ¡una mierda!, pero sigue aquí y no se va. ¿Y sabéis lo más gracioso? Que no conozco a nadie a quien amar. Sí, es cierto, puede que esté cansado de estar solo. Puede que ya no me guste que al final de cada noche de borrachera el vacío se apodere de mi alma y el miedo me oprima los huevos, pero prefiero eso a tener siquiera que recordar el día en el que aquella muchacha se soltó de mi mano y empezó a caminar sola (en realidad no quería hacerlo sola sino con otro tipo más brillante que yo, ya os lo imagináis). Aunque, después de todo, no dejo de preguntarme que, si todo lo que escribo es cierto, ¿por qué el sábado me acordé del amor y se me jodió toda la noche? No sé, tal vez en el próximo número vuelva con la respuesta (o no vuelva, como respuesta). A jodeos y a esperar.


Es increible, pero a medida que iba leyendo, me iba viendo a mi.